013| Los últimos humanos
El primer fenómeno televisivo global del año, concluye su primera temporada
Bienvenidos/as/es a la Newsletter de “Over The Top”, en un viernes muy especial que dedicamos por completo al primer fenómeno televisivo de este 2023, La serie de HBO Max “The Last of Us”; ya que no sólo esta newsletter abordará principalmente mis impresiones sobre la misma, sino que además esta madrugada se habrá publicado el segundo “Over The Show”, los episodios especiales de nuestro podcast que dedicamos monográficamente a una serie (con periodicidad mensual y dentro del mismo feed habitual) y que en esta ocasión me ha reunido, tras muchos años sin grabar juntos, con Alberto Carlier y Pablo del Pozo, componentes originales del podcast “Factoría Netflix” que arrancó allá por 2015, y que tanto nos aportó personalmente en su momento a los tres.
Espero que os lo paséis tan bien escuchándolo, como nosotros grabándolo.
Los últimos de nosotros
Una de las primeras referencias que me vienen a la cabeza a la hora de hablar de “The Last of Us” es el “cuento” de Ray Bradbury “Los pueblos silenciosos” (publicado dentro de su obra magna “Crónicas marcianas”); un relato sobre la soledad de aquellos que sobreviven a un cataclismo, y que se ven decepcionados profundamente cuando conocen a otros en su misma angustiosa situación; personas que acaban eligiendo la soledad continuada, frente a la convivencia compartida con aquellos con los que no guardan interés o afinidad alguna. El otro referente claro para mí, es la película “The Road” o “La Carretera” una cinta de 2006 que adaptaba la novela del mismo nombre de Cormac McCarthy y que describía el viaje de un padre y su hijo por una nación devastada, donde el mayor peligro eran sus propios semejantes. Dos referencias muy al margen de lo que se espera de una cinta post-apocalíptica al uso.
En pleno hartazgo por la ola de cine y series sobre el fin de la civilización que ha asolado nuestras pantallas por más de una década, HBO Max decidió quedarse con el primer producto lanzado por Playstation Productions (con Sony Pictures Television detrás) y tratar de adaptar uno de los videojuegos más queridos por la comunidad “gamer”, una de esas vacas sagradas del entretenimiento digital que acaban siempre siendo terreno pantanoso, por el temor a que los fans del producto original acaben renegando del resultado final y echando bilis sin piedad por las redes sociales. Para ello se encomendó la tarea a Craig Mazin, un guionista que había trabajado en varias secuelas de “Scary Movie” y de “Resacón en Las Vegas”, hasta que triunfó como “showrunner” de una de las mejores series de los últimos años: “Chernobyl”.
Una de las decisiones más relevantes de Mazin fue la de contar con Neil Druckmann (Co-Presidente de Naughty Dog y uno de los principales creadores del videojuego original); la decisión no pudo ser más acertada, ya que ambos no sólo han replicado el juego de forma milimétrica cuando han tenido que hacerlo sin pudor alguno, sino que además han expandido varias historias y personajes, dándole al conjunto una visión humanista que ha alejado al “The Last of Us” televisivo, de muchos de los anteriores productos de temática similar que todos guardamos en nuestra memoria visual.
Y es que “The Last of Us” no es una serie de “zombies” o “infectados” más, donde el foco se centra en cómo hacer frente a una amenaza casi infinita (el protagonismo de “chasqueadores” e “hinchados” está reducido al mínimo en la serie), sino que es un fresco que dibuja de forma acertada a muy distintos seres humanos, los últimos de la especie, con sus miserias y sus esperanzas, sus sueños, y todo aquello que compone nuestra naturaleza para bien o para mal. Seres humanos a los que en muchos casos, aquello que han vivido, les ha despojado precisamente no sólo de la capacidad de sentir al que tienen al lado, sino también de la barrera moral auto-impuesta por el hecho de vivir dentro de una sociedad, y que con la caída de esta, hace que muestren su verdadera y monstruosa naturaleza.
Paseo por el amor y la muerte
La serie se articula al igual que el videojuego en un viaje emprendido por dos personas obligadas a seguir hacia adelante, persiguiendo una etérea esperanza y siendo transformados por el horror y la violencia que encuentran a cada paso. El sueño de una cura que sane a los infectados o al menos proteja a los que aún siguen limpios, se antoja a medida que avanza la serie, en una insuficiente costura para cerrar las heridas de un mundo completamente destruido en lo físico, en lo emocional y en lo moral. Y sin embargo ese fino hilo de esperanza, es el que hace avanzar a los protagonistas y les obliga a seguir cual “McGuffin hitchcockniano” en pos de un “bien mayor”.
A lo largo de esa “road movie” que los protagonistas emprenden, los espectadores en la misma manera somos conducidos (de la mano de ellos) por las distintas paradas y las historias que la adornan; y curiosamente (y éste para mí es el gran mérito de la serie) experimentamos sin ser probablemente conscientes de ello, la misma transformación que los protagonistas de la misma; porque la forma en la que Mazin y Druckmann dosifican el drama, hace que nos sintamos también partícipes en primera persona de todo, tal y como les sucede a los jugadores del videojuego original.
Cada lunes, cuando terminaba un episodio de “The Last of Us”, muchos teníamos que hacer acopio de entereza para poder encajar los golpes emocionales que la historia nos asestaba, al igual que tenían que hacerlo Ellie y Joel (ésta no ha sido, ni es, una serie para ver y acostarse tal cual). Las experiencias, al igual que el videojuego jugado en primera persona, han dejado sus marcas en la piel del espectador: Desde lo que supone abrir tu corazón a un desconocido y acogerle, para acabar viviendo la más bella historia de amor jamás contada, hasta sentir la emoción de ver por primera vez las luces de un centro comercial o sufrir el dolor y la desolación de perder a seres queridos en museos y moteles. Dolor inflingido por seres humanos a otros seres humanos, sin necesidad de infección ni de “postapocalipsis” alguno.
Y sí, seguramente todo lo que nos cuenta la serie lo habíamos visto ya antes, pero no lo habíamos SENTIDO de esta manera; porque la clave principal de todo, es que estamos viviendo una historia, más que observándola pasivamente desde un plano ajeno a la misma (como ocurre cuando jugamos a un videojuego de este tipo). Y sólo entendido este punto, se puede comprender el rechazo furibundo (con multitud de artículos en la prensa norteamericana y “review bombing” incluido), por parte de sectores muy conservadores que han experimentado de forma traumática y ¿obligada? (por precisamente casi hacerlo en primera persona) experiencias e ideas que rechazan profundamente dentro de su ser (como por ejemplo la homosexualidad, el socialismo o incluso la menstruación femenina).
La familia encontrada
Pero si hay algo que ha conseguido que los espectadores conectaran con la historia que se estaba contando, ha sido sobre todo la relación entre los dos protagonistas. No voy a descubrir yo ahora a Pedro Pascal y a Bella Ramsey; las interpretaciones superlativas que ambos nos han brindado (especialmente ella) en todos y cada uno de los episodios de esta primera temporada, son con toda seguridad parte fundamental en la mimetización del espectador con lo que cada semana se mostraba en pantalla. Pascal es una presencia omnipotente en plano, como ha demostrado incluso con un casco puesto en “The Mandalorian”; Ramsey, a la que descubrimos en el pequeño e inolvidable papel de Lyanna Mormont en “Juego de Tronos”, es un animal interpretativo, feroz, salvaje, instintivo, que sin embargo sabe dotar de la vulnerabilidad necesaria (a veces simplemente con sus miradas) a un personaje como Ellie, que va ganando en complejidad a medida que la historia avanza (sobre todo en el magnífico episodio del centro comercial).
Pero además de llevar una evolución personal cada uno de ellos como personajes protagonistas, la inmersión del espectador ha pivotado a través de, digámoslo así, un tercer “personaje” que también se ha ido construyendo con el paso del tiempo, y que no es otro que la relación entre ambos; una relación con la suficiente entidad como para ocupar parte de la pantalla, aunque sea de forma invisible. Para Joel, Ellie empieza siendo un paquete que entregar, una molestia atada a una promesa, y acaba siendo la hija que perdió (de hecho llega a verbalizarlo estableciendo comparaciones entre ambas). Para Ellie, Joel empieza siendo ese “Boomer” cansado y cascarrabias que la tiene a su cargo, y que acaba convirtiéndose en lo único que le queda a la niña en el mundo (el padre que nunca tuvo), alguien por quien acaba luchando con uñas y dientes.
Joel al comienzo del relato, se resiste a reírse de los chistes malos y las ocurrencias de Ellie (a empatizar con su carga), por el miedo que tiene de volver a perder a alguien de la misma forma en la que perdió a su hija; pero acaba comprendiendo que la niña es lo único que le impulsa a seguir adelante, y es entonces cuando las barreras afectivas se desmoronan (y que bien está contado esto). Un derrumbamiento que acabará afectando a sus convicciones morales y que sembrará el conflicto de lo que está por venir; sobre todo porque al revestirse de argumentos para sustentar su propia existencia, Joel destruirá de un plumazo los que mantienen en pie a su joven acompañante. Veremos las consecuencias…
Un mundo infectado
Siempre que visualizamos un producto de este tipo, en el que se especula con la caída del modelo de civilización en el que desarrollamos nuestras vidas, cabe preguntarse en qué grado es una referencia a la situación actual que nos ha tocado vivir. Y aunque podemos encontrar en la serie (y en el videojuego) situaciones que nos pueden remitir al momento actual de forma clara y precisa, es decir, a lo que está pasando en muchos puntos de nuestro planeta (Ucrania sin ir más lejos), uno no puede dejar de preguntarse por la existencia de una analogía más cercana aún si cabe, aquí y ahora.
La respuesta no ha tardado en llegar por parte de sus creadores, al menos en estas declaraciones de Mazin y Druckmann a un grupo de periodistas, donde Druckmann habla claramente de un mundo actual infectado (ese aquí y ahora nuestro), asolado por un tribalismo cada vez más exacerbado, y donde sólo la empatía y el esfuerzo por ver las cosas desde puntos de vista distintos al nuestro y al de nuestra tribu (de opinión) puede salvarnos.
Probablemente Druckmann haya querido hacer referencia con estas declaraciones al comportamiento de muchas de estas tribus durante la emisión del show en estas últimas nueve semanas. Un comportamiento que en algunos momentos ha demostrado un preocupante paralelismo con el de aquellos infectados por el hongo en la serie, tratando de morder a través de medios y redes a todo aquel que no perteneciera a la misma “cepa” de opinión. ¿Sustituimos “cordyceps” por …? (que cada uno rellene mentalmente los puntos suspensivos con aquello que crea conveniente).
El dilema final (y sus consecuencias)
A todas estas disquisiciones que han enfrentado permanentemente durante toda la emisión de la serie a distintos tipos de personas, hemos tenido que añadir las consecuencias de las decisiones de Joel en la conclusión de esta primera temporada. El debate respecto a esa decisión final del protagonista, que supone elegir en función de los intereses más personales frente a la ética más elemental, está levantando encendidos debates entre críticos y espectadores.
Obligar al espectador a presenciar el cúmulo de daños colaterales de esa decisión, haciéndole partícipe (recordemos de nuevo que estamos viviendo una historia casi en primera persona), resulta un golpe final demoledor a nuestro estómago. Y aunque duela que nos hagan pasar por ese trance, por esa última patada en la tripa, todo ello no es más que un síntoma de la profundidad que aporta el relato frente a otros del mismo género, y de todo lo que nos ha dado esta historia.
“The Last of Us” ha sido en mi opinión, no ya una gran serie, sino una experiencia magnífica, que partiendo de un género temáticamente agotado (por muy sobado y extendido en el tiempo), ha acabado convirtiéndose en un retrato elegíaco de afectos por encima de ideales, de necesidades personales por encima de verdades; y todo ello, al borde del abismo final para la especie humana.
La serie en su tramo final ha acabado instándonos a abrirnos y a apoyarnos (entre nosotros), no ya para salvar a nuestra especie, sino simplemente para tener una razón por la cual seguir adelante y levantarnos cada mañana. Y sí, quizás suene egoísta, pero la supervivencia física o emocional no atiende a razones.
“The Last of Us” consta en su primera temporada de 9 episodios, y está disponible en HBO Max por 8,99€/mes.
Y hasta aquí la newsletter de hoy. No olvidéis por favor comentarme que os ha parecido a vosotros la serie, y si el final de esta primera temporada os ha dejado tan satisfechos como a mí ,o no. ¡Pasad un buen finde, y nos leemos!
013| Los últimos humanos
Pero qué bien escribes, hijo mío!
Gran artículo y gran historia. Para mi el episodio 3 es el mejor capítulo en muchos años. José Luis gracias por tu tiempo y talento comentando la vida. Seguimos