039| No sólo los ángeles tenían alas
"Los Amos del Aire" se encumbra como un espectáculo fascinante y un relato brillante sobre la guerra desde los cielos.
Bienvenidxs todxs una vez más, a la newsletter de “Over The Top”.
Como ya sabéis, hemos estado de parón debido a una complicada situación personal que afortunadamente se ha solucionado de forma favorable (ya sabéis que las palabras más bonitas que a uno le pueden decir en castellano no son “te quiero”, sino “no es cancer”), así que a pesar del miedo y la angustia que he pasado en este último mes, aquí estoy de nuevo para hablaros de una de las grandes series de este año, y para recuperar, espero que de forma definitiva, el ritmo habitual en “Over the Top”.
Gracias de corazón a todos los que me habéis mandado mensajes de apoyo llenos de cariño en las últimas semanas, cuando todos mis médicos daban por seguro el peor de los diagnósticos. No sabéis lo mucho que me han ayudado cuando todas las demás luces se apagaron.
Para cuando podáis leer estas líneas, tendréis ya publicado igualmente nuestro episodio “PLUS” dedicado a esta serie, donde tanto Gerard como yo analizamos la serie SIN Y CON “Spoilers”, amén de comentaros las últimas noticias del “streaming” y reseñaros las últimas series que hemos visto.
El programa se grabó hace un par de días, cuando todavía pesaba la incógnita de conocer el diagnóstico definitivo de las pruebas finales que me habían hecho. Podéis escucharlo a través de esta misma web, o en vuestro agregador de podcasts favorito. Esperamos que os guste y perdonad si en el episodio usamos un lenguaje un poco más fuerte del habitual y nos desinhibimos un poco. Fue duro grabar con tanta tensión.
Así que aquí os dejo con mi reseña de “Masters of the Air” (o “Los Amos del Aire” como se le ha llamado en español). Una de las grandes series de este año.
De Normandía a Tokyo
A riesgo de repetirme, suelo siempre comentar que para mí el punto crucial que me hizo dar el salto de la crítica cinematográfica a la televisiva, vino dado por una serie concreta: “Hermanos de Sangre” (Band of Brothers, 2001). Cuando en 2006 (con cinco años de retraso) me dispuse a ver la aclamada serie bélica producida por Spielberg y Hanks (los también artífices de esa otra joya llamada “Salvar al Soldado Ryan”), ya tenía vistas más de medio centenar de cintas clásicas de cine bélico, que había devorado como cinéfilo empedernido que era. Ni por un momento se me pasó por la cabeza que estaba a punto de descubrir el cenit del género, y no en una obra creada para la gran pantalla, sino para, la siempre considerada hermana menor, televisión.
“Hermanos de sangre”, como antes otras grandes series de HBO (“The Wire”, “Los Soprano”, etc.), contribuyó a ser la punta de lanza de una nueva forma de contar historias que no tenía nada que envidiar a la del gran formato cinematográfico, tanto en desarrollo narrativo como interpretativo, como depunto de vista y acabado visual. El auge de esa nueva forma de hacer series para televisión, consiguió que historias con enfoques diferentes a lo visto hasta ahora vieran la luz, y supusieran un hito que dejó una huella profunda en millones de espectadores que las disfrutaron desde la comodidad de su hogar; inaugurando una nueva era en el entretenimiento audiovisual.
¿Y qué hizo para mí tan especial a “Hermanos de Sangre”? La historia de la Compañía “Easy” abordaba desde mi punto de vista, una cuestión fundamental; aquella centrada en las razones que llevaron a millones de jóvenes a empuñar un fusil e irse a combatir al otro lado del mundo; y aún más, en las razones por las que una vez descubiertos los horrores del combate, se quedaron allí luchando codo con codo junto a aquel que tenían al lado. Luchar por el otro, cuidar del compañero, fue el cemento fundamental que logró la victoria contra Hitler y la prevalencia de una libertad que ahora mismo disfrutamos. Algo que en los tiempos que nos ha tocado vivir (donde la empatía hacia los demás es un bien tan escaso), sería francamente irrepetible en el marco de un conflicto armado.
Lo sorprendente de ese relato bélico, que en un principio discurría por los cauces habituales del género (con la narración de los días posteriores al desembarco de Normandía), fue el giro que dio en su segunda mitad. Los cinco episodios finales de la serie, alcanzaron la perfección, al permitirse abordar desde un punto de vista inesperado, temas como el amor (entre médico y enfermera), la locura (en el sitio de Bastogne), la angustia (en aquella última patrulla), el horror (con el descubrimiento del campo de exterminio) y la paz y la felicidad, en un final que abordaba la incertidumbre de los que saben que han vivido ya la historia más grande de sus vidas y nada estará ya a la altura de eso.
Aquel cúmulo de relatos episódicos finales que profundizaban en el alma de algunos de los personajes hasta ahora secundarios de la historia, abrieron el campo de visión del espectador más allá de los estereotipos mil veces antes vistos, y culminaron lo que no era otra cosa que una obra maestra audiovisual absoluta. Sin lugar a dudas, lo mejor que se ha podido ver desde entonces en una pantalla, sobre la Segunda Guerra Mundial. Nunca superado.
La siguiente década nos trajo un segundo acercamiento al conflicto con “The Pacific” (2010). De una forma completamente diferente, y quizás un escalón por debajo de la serie anterior. La nueva propuesta destinada a abordar el conflicto bélico en el frente del Pacífico, se basó sobre todo en las memorias de dos soldados norteamericanos, "With the Old Breed" de Eugene Sledge y "Helmet for My Pillow" de Robert Leckie, que narraron en sendos libros, sus experiencias en la lucha contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. La serie de esta manera, presentó un relato en cierta manera fracturado con varias líneas argumentales sólo puntualmente entrelazadas; y aunque mantuvo el nivel de calidad narrativa y visual de “Hermanos de sangre”, nunca llegó a profundizar tanto en sus personajes y en las relaciones que se establecían entre ellos. El recorrido por las batallas de Guadalcanal, Iwo Jima y Okinawa entre otras, no tuvo ese poso que ansiábamos volver a saborear y tanto habíamos disfrutado nueve años atrás. Ni siquiera la serie recogió el testigo que había desarrollado Clint Eastwood con posterioridad a “Hermanos de Sangre”, en ese magnífico díptico que supone “Bandera de Nuestros padres” y “Cartas desde Iwo Jima” (ambas de 2006) y que tiene lugar en prácticamente los mismos escenarios que “The Pacific“. Para mí, siendo una serie más que notable, tristemente me supuso una pequeña decepción.
Pasó el tiempo, y aunque siempre hubo rumores de una tercera entrega destinada a narrar los combates aéreos que los pilotos norteamericanos libraron en Europa, nada se materializó hasta hace unos pocos años. Lo sorprendente fue descubrir que HBO no iba a estar detrás de esta continuación espiritual de las dos series anteriores, sino Apple TV+, su llamada sucesora en cuanto a calidad televisiva en el “streaming” se refiere. Gracias a Apple y a su estrategia para dejar una huella imborrable en el entretenimiento en casa, por fin hemos podido disfrutar de esta nueva entrega, y de la mejor forma posible. Una entrega, que cierra la trilogía bélica televisiva (y cinematográfica) más grande de todos los tiempos.
El mayor espectáculo del mundo
Precisamente, el exquisito diseño visual que las producciones de Apple llevan desplegando desde su irrupción en el “streaming”, siendo algo que se da por hecho, no deja de sorprender a aquel que se sienta frente a la pantalla para ver una de sus series, y más en concreto ésta. Y no deja de sorprender, sobre todo por la forma en la que se muestran los combates aéreos; porque creedme si os digo, que esto no lo habíamos visto así nunca antes. Siendo éste, el primer rasgo distintivo de “serie grande” que llama la atención de esta nueva entrega.
El realismo de los combates, que muestra a esas “fortalezas aéreas” como lo que en realidad eran, latas de sardinas volantes, frágiles y expuestas tanto a las balas de los cazas enemigos como al fuego de defensa anti-aéreo, no puede estar mejor plasmado. A esto hay que añadir la cercanía con la que el espectador asiste al horror de una cara destrozada por las balas, de una vida perdida por una escotilla atascada, o por el miedo a que no alcance el combustible para poder volver a casa. Hasta ahora habíamos percibido en el cine a esas máquinas volantes y a sus ocupantes, como dioses en santuarios inexpugnables, sobrevolando los cielos majestuosos; no habíamos tenido ni idea del peligro, o al menos lo habíamos vivido con bastante distancia, sabiendo que al fin y al cabo era “cine”. Pero “Los Amos del Aire” nos muestra en toda su crudeza, la realidad de los que se subían cada día a una carcasa de hierro repleta de bombas, aventurándose más allá de lo incierto y sin saber si regresarían. Héroes o locos que demostraron en cada una de sus misiones, que las alas no son sólo un rasgo distintivo de los ángeles, y que a la hora de ser nuestra salvaguarda, rivalizaron en ello con las propias criaturas celestiales.
Para recrear la verosimilitud con la que se reproduce todo ello, los productores han recurrido a la minuciosa reconstrucción de aviones y cabinas, y al uso de la tecnología más avanzada como es el caso del “Stage Craft” usado en “The Volume”; la heredera de la clásica retroproyección, destinada a sepultar los viejos “chroma-key” de principios de este siglo. Una serie de pantallas LED 4K que rodean el set (en este caso las falsas cabinas de pilotaje) y que reproducen el entorno de combate de forma fidenigna, facilitando enormemente a los actores durante el rodaje, y posteriormente público, la recreación de esos combates aéreos.
La serie en sus primeros episodios se centra en esos combates, y mantiene una estructura rutinaria de misiones a cual más peligrosa, dando paso entre ellas, a momentos de descanso o de liberación de la tensión acumulada por las mismas. Estos son los únicos momentos en los que uno puede celebrar las veinticinco misiones de un compañero (que suponen el final de su servicio activo), o llorar a los que no han vuelto. Y es necesaria la repetición de esa rutina, que quizás a algunos se les pueda hacer un tanto pesada, para entender todo lo que se cuenta después, al tratar de profundizar en los personajes a la manera en la que lo hizo “Hermanos de sangre”; aunque eso sí, lo haga de forma menos brillante y un tanto más irregular.
Los Chicos del Cien
Pero el alma de la serie son por supuesto los pilotos de ese 100º Grupo de bombarderos. Ellos son las personas que delante de nuestros ojos se van construyendo con mayor o menor definición o acierto, pero no lejos de una mínima consistencia. Y cuatro son los actores, que al igual que ocurrió anteriormente con las anteriores entregas (Damian Lewis, Rami Malek, etc.), confirman su recién ganado estatus de estrella, o hacen su presentación para ganarlo no dentro de mucho.
A la cabeza del reparto tenemos a Austin Butler como el comandante Gale “Buck” Cleven. El otrora actor juvenil de series Disney y Nickelodeon, acumuló personajes secundarios en cine y televisión, hasta que llegó su momento con “Elvis”. En la serie opta por la contención y muestra un carácter apocado y tímido de lacónica mirada, que confieso me llegó a exasperar en los primeros episodios, asemejándoseme a una especie de “Ken” aviador, quizás por una falta de escritura más ajustada del personaje. Afortunadamente en el transcurso de la serie, Butler logra poco a poco dotar a su personaje de cierto empaque, aunque para ello me resultara imprescindible disfrutar de su voz en V.O., una de las armas interpretativas más sólidas que posee el actor.
Mucho mejor escrito y con mayor presencia en pantalla resulta estar Callum Turner (al que hemos visto en la saga “Criaturas fantásticas”), interpretando al Comandante John “Bucky” Egan, el sempiterno amigo y compañero del anterior. Turner logra modular perfectamente a un Egan que se muestra a caballo entre los excesos más vulgares y la autoridad moral que tiene para con todos sus compañeros, en un muy buen trabajo. Él no necesita hablar mucho para imponerse en pantalla a sus compañeros, y sus miradas de complicidad hacia éstos, suelen contar más que dos párrafos de guión. Yodo un acierto de casting.
Sin embargo, para mí la estrella de la función no es otro que el joven británico Anthony Boyle. Un actor enorme al que llevo ya siguiendo desde hace años en todo lo que hace, desde que le descubrí como lo mejor de la enésima adaptación de BBC sobre la obra de Agatha Christie (en este caso la de “Inocencia Trágica” en 2018). Boyle que hoy mismo estrena también en Apple TV+ “Manhunt: La Caza del asesino”, interpreta aquí al narrador de la historia, el sensible y brillante navegante Comandante “Croz” Crosby, que se eleva por encima de los demás para convertirse en protagonista y a la vez espectador, de todo lo que ocurre a su alrededor y con sus compañeros. Él es el corazón de la serie, y el que mejor muestra las consecuencias de todo lo que están viviendo. Boyle brilla especialmente, y es de esperar que este doble trabajo para Apple TV+ suponga por fin su salto a la fama.
Por último tenemos al en un principio novato y posteriormente leyenda, Comandante Robert “Rossie” Rosenthal, interpretado por Nate Mann (al que no tardaremos en ver en unas semanas en “Apple Never Fall”), un casi desconocido, que fija la cámara y despliega un poderoso magnetismo en pantalla, sobre todo en el magnífico episodio seis, donde se rebela contra un descanso no deseado. Un actor a seguir muy de cerca tras el magnífico trabajo que ha mostrado aquí.
Junto a ellos, las presencias de jóvenes actores ya consolidados en cine y televisión que se encargan de algunos de los papeles más pequeños: Isabel May (“1883”) que interpreta a la novie de “Buck” Cleven, Barry Keoghan (“Saltburn”) que aparece como un experimentado piloto, o la siempre maravillosa Bel Powley (“Una pequeña luz. Escondiendo a ana Frank”) cuya aparición como asistente de “Croz” supone un momento luminoso, a la par que muy divertido en la serie (aunque desgraciadamente su historia se desarrolle de forma muy irregular y un tanto inconclusa).
La mirada de “Croz”
“Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo.Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti”
“Más Allá del bien y del mal”, Friedrich Nietzsche.
Como ya comentaba antes, es el personaje de “Croz” el que presta su voz y sus ojos al espectador, para poder adentrarse en los sentimientos que guardan todos esos hombres que arriesgan su vida cada día. El inexperto navegante, que comienza su andadura entre vómitos y errores de cálculo capaces de poner en peligro a todos sus compañeros, logra sobreponerse, y desde su bien merecido ascenso a navegante de grupo, transmuta en cronista y en alma de todo el grupo. Suyos son los ojos que lloran las misiones que acaban en absoluto desastre, y suyos los que asisten a la revelación de la misión final que tiene encomendada su regimiento, un cometido suicida y que requerirá de muchas más vidas. Es en ese preciso instante cuando busque un consuelo que lo es también para el espectador en cierta manera. Y a partir de ahí, cuando verbalice sus miedos a convertirse en el mismo monstruo contra el que combate, que tienen su culminación en la conversación que mantienen en el episodio final con el Comandante “Rosie” (donde reproduce la cita de Nietzsche arriba mencionada).
El episodio seis que mencionaba antes, es para mí el que marca el giro de la serie, y supone el mayor acierto de la misma, como si la cámara de repente saltara el eje y nos mostrara un lado desconocido de la historia. Tras la misión más desastrosa de todas las perpetradas hasta el momento, a muchos de los protagonistas se les da un descanso (en pantalla y fuera de ella). Crosby asiste a una conferencia en Oxford donde descubre no sólo cierto menosprecio de los mandos británicos para con sus aliados americanos, sino que se permite ser quizás por primera vez él mismo (esa canción frente al espejo) y abandonarse fuera de todo criterio moral, al consuelo de aquellos a los que lo recientemente vivido, les ha superado. Es en ese momento donde abre su corazón y se muestra como el personaje con el que el público puede ya identificarse de manera más directa, sellando con éste un pacto empático total, que tiene además el añadido de ser completo por tratarse de nuestro narrador. Él es el que nos muestra las últimas consecuencias de la tensión a la que están sometidos los protagonistas (tal y como ya mostraba en ese inicio antes comentado entre mareos y estómagos en centrifugado), y como decía antes, el que ejerce cierto espíritu crítico sobre las misiones llevadas a cabo durante la guerra y su doble papel como salvadores y asesinos.
Los desastres de la guerra
En ese mismo episodio seis, asistimos a una de las mayores contradicciones de la guerra. Tras como digo, el mayor desastre de la aviación norteamericana en el conflicto, algunos de los pilotos son destinados a una lujosa residencia de reposo, donde disfrutarán de un oasis de calma, deportes y pasatiempos (para indignación del Comandante Rosenthal, siempre movido por el deber de derrotar a Hitler), mientras que muchos de los compañeros caídos sobreviven como pueden en territorio alemán, huyendo de la Gestapo y del resto de enemigos.
En ese aspecto, el viaje del Comandante Egan a través de territorio alemán, resulta completamente revelador de algunos de los aspectos del conflicto, que hasta ahora no se nos habían mostrado, y que emparenta a “Los amos del aire” con “Hermanos de Sangre”. De esta forma, Egan se cruza con uno de esos trenes ya por todos conocidos, y que sirven de recordatorio del trato dispensado a parte de la población por su etnia o creencias religiosas. Siendo ese encuentro ciertamente sutil (aunque tremendamente duro) no es ni de cerca equiparable al que tiene lugar un poco antes (en una situación de extrema crudeza) como es la de verse enfrentado a las víctimas civiles alemanas de unos bombardeos, que hasta hace unos minutos los propios pilotos habían llevado a cabo. Ese sea quizás el instante donde más brilla la serie, al contraponer los actos de nuestros héroes con los de sus víctimas, lo que les confiere el mencionado antes doble carácter de ángeles y verdugos, siendo brillante la plasmación de esa dualidad. Una dualidad que sin embargo se blanquea y se entierra hacia el final de la serie, con la inclusión de las correspondientes misiones humanitarias en Holanda y el ya consabido “No había otra forma” tan característico y exculpatorio de la ficción norteamericana de siempre.
El viaje de Egan, supone una apertura de ojos para aquellos que han vivido la guerra a miles de pies de altura y les toca hacer frente a las consecuencias a pie de tierra; un golpe a la conciencia y un despertar a la cruda realidad en todas sus dimensiones, con un magnífico epílogo en un campamento de prisioneros de la Lutwafe, el mítico “Stalag III”, conocido por los cinéfilos de medio mundo por ser el lugar donde tuvo lugar “La Gran Evasión”. Cierre perfecto, para el momento clave de la serie en el que más se aproxima a sus entregas predecesoras.
La difícil excelencia
Sin embargo, y a pesar de su similitud en la estructura general de la serie, “Los Amos del Aire” no es “Hermanos de sangre”, y en los últimos dos episodios se incluyen un par de elementos que pueden llegar a chirriar a los espectadores más exigentes.
El primero de ellos, es la inclusión un tanto forzada y fuera de contexto de la historia de los aviadores de Tuskegee, una unidad de pilotos afroamericanos que dedicados a tareas menores, fueron finalmente incorporados a los ataques principales en el final del conflicto. Lejos de incluirse su relato, el de una fuerza aérea segregada por la raza, dentro de un episodio encapsulado, su historia se cuenta en un par de retazos alternándose con la historia principal, en un intento de explicar algo muy importante que aporta diversidad a la narración, pero que al ser despachado de forma tan ligera como perezosa (sus protagonistas apenas se describen de forma superficial), produce cierto resquemor en el espectador. No llegamos a conocer sus motivaciones, ni lo que piensan de ser considerados pilotos de segunda. Tan sólo tenemos un par de diálogos con reconocimiento a su labor por parte de uno de los protagonistas y nada más. Demasiado escaso, demasiado anecdótico, demasiado forzado para una serie hasta ese momento impecable.
El segundo “pero” se lo pongo a un aspecto concreto del episodio final, aquel en el que se le hace pasar al Comandante “Rosie” por un periplo cuyo único fin parece ser recordar a todos lo que ya se había mostrado en aquel cruce de trenes antes comentado. Las escenas en el campo de exterminio tienen el componente adicional de estar siendo presenciadas por un judío-norteamericano, pero no dejan de ser también anecdóticas e innecesarias por reiterativas; tanto como lo es su conversación con el refugiado, y la referencia a Palestina como único hogar posible para los supervivientes.
Tampoco el reencuentro final parece obedecer a otro sentido más allá del homenaje redundante a nuestros héroes. Un homenaje que puede ser puesto en tela de juicio (al menos yo lo hice) tras haberse mostrado previamente los efectos de sus bombardeos. Porque al final de la serie, no podemos seguir considerando ángeles de la guarda a aquellos que reparten la muerte, sólo por llevar alas.
Y esa falta de solidez a la hora de abordar los relatos como el de Taskegee, o la redundancia y la pérdida de la perspectiva completa de la figura de nuestros pilotos, es básicamente lo que hace alejarse a esta nueva entrega de sus predecesoras. Bien porque el mundo ha cambiado mucho en veintitrés años y exigimos un poco más del discurso militarista clásico norteamericano, o bien porque como siempre tendemos con el tiempo a idealizar aquello que nos fascinó en el pasado.
Pero no alcanzar la excelencia más absoluta no significa estar encuadrado en la mediocridad (de hecho en este caso es lo contrario), porque “Los Amos del Aire” no sólo es un espectáculo magnífico como hacía tiempo no se veía en televisión, sino que además es un relato poderoso, en muchas ocasiones brillante, de aquellos que lucharon por sus compañeros, y por ende por todos los que vinimos después, aunque a la vez resultaran responsables de muchas masacres en ciudades enemigas.
Es una de las mejores series de este año, y nos retrotrae de vuelta a los tiempos en los que la televisión por primera y no última vez, fue superior al cine. Todo un logro impensable hace más de un par de décadas.
“Masters of The Air” consta de 9 episodios que están disponibles en AppleTV+ (9,99€/mes). Este análisis ha sido posible gracias a la colaboración de Apple TV+, que nos ha remitido amablemente los 9 episodios de la serie, de forma previa a su estreno).
Y hasta aquí la newsletter de hoy. La semana que viene os espera un podcast especial donde reseñaré todo lo que he visto en los últimos dos meses entre hospitales y casa. Espero que lo disfrutéis.
Hasta entonces, un abrazo muy fuerte a todxs.
Como te echábamos de menos José Luis.
!!Qué alegría que todo haya ido bien!!
Mil gracias por el valor que aportas cada vez que escribes (o grabas en podcast).
Abrazo
Grandes noticias, José Luis. Te esperábamos con anhelo y nos alegra saber que todo ha ido bien. Un abrazo!