034| La Familia ante un espejo convexo
Un recuerdo a “Los Soprano” en el 25º Aniversario de su estreno.
Bienvenidxs a una edición extraordinaria de la newsletter de “Over The Top” en este lluvioso domingo de enero, tan sólo dos días después de nuestro último encuentro el viernes pasado, donde hablábamos de las series más esperadas para este 2024.
Una cita que viene marcada por la necesidad de rendir homenaje a una de las series de televisión más grandes de todos los tiempos, que el pasado Jueves 11 de enero, celebró el 25º Aniversario del estreno de su episodio piloto en la entonces cadena de cable HBO.
Para ello, que mejor que recuperar el artículo que escribí para la revista “CineNserie” en 2010, donde trataba de explicar la grandeza en todos los aspectos de la obra audiovisual que hoy nos ocupa. Espero que os guste.
ADVERTENCIA: Este artículo contiene SPOILERS sobre el FINAL DE LA SERIE. Si no la has visto completa, abstente de leerlo por favor.
En algún sitio he oído que el verdadero arte es aquel que acaba hablando sobre uno mismo. Si esto es cierto, entonces “Los Soprano”, es una de las grandes obras de arte de nuestro tiempo.
Yo llegué a “Los Soprano” tarde, como casi a todo en la vida, y llegué con la convicción de que estaba ante una obra maestra, porque así lo había leído en infinidad de ensayos que ha producido esta serie, en infinidad de comentarios y programas y podcasts. Confieso que soy un fan irredento de “El Padrino” y “Uno de los nuestros” las cuales vuelvo a ver todos los años, así que me dispuse hace ya algunos años, con mucho retraso, a ver los 86 episodios de la serie, con la mayor de las cautelas, pensando que “Los Soprano” poco tendrían que aportar al género, salvo una actualización de los tópicos ya vistos en el cine.
La familia, mi familia
Pero como digo al principio, el “arte” del arte, consiste en comenzar hablando de una familia mafiosa de segunda categoría, o sea de New Jersey (si, el cutre New Jersey, la trastienda de América), y al final acabar hablando de la familia del espectador, de mi familia. Porque “Los Soprano” es probablemente uno de los frescos sociales y humanos más completos que se pueden encontrar en materia audiovisual. Peor aún, es un espejo convexo; sí, un espejo deformante, (en mi familia de momento no nos dedicamos a matar a la gente) pero al fin y al cabo, un espejo.
David Chase, el creador de esto, jugaba con el espectador de la misma manera en la que Tony Soprano (insuperable Galdonfini como cabeza de familia de estos “tratantes de residuos”) jugaba con su psiquiatra (una Lorraine Bracco, otrora protagonista de precisamente “Uno de los nuestros”) durante siete años, hasta llevarla a ser cómplice moral de su forma de vida y despertar en ella una extraña empatía; empatía por una persona a la que llegábamos a comprender en su total complejidad (supeditado a un padre criminal, desasistido por parte de una madre cruel...) pero que no dejaba de ser un sociópata perverso.
Si en “El Padrino”, cabía algún atisbo de admiración y/o identificación con el personaje de Marlon Brando, por su peculiar código moral (pero al fin y al cabo, código), los perversos Chase y Weiner, no permitían aquí esa identificación con un personaje salvaje y egoísta, primitivo e irracional, sin código alguno, pero que se nos hacía terroríficamente atractivo (una especie de Hanibal Lecter italoamericano).
Si al comienzo de la serie, la torpeza, sus ataques de ansiedad o los fallidos intentos de escalada social (en su relación con sus “snobs” vecinos de Newark) nos hacían sentir cierta simpatía (unido al gracioso costumbrismo esperpéntico de los italoamericanos de este tipo de historias...) la risa se iba congelando capítulo a capítulo, con un componente aún más perturbador: No podíamos odiar a ese ser tan abominable como Tony Soprano, quedando atrapados en su mundo y abducidos por sus encantos. No podíamos perdonar lo que hacía, pero tampoco podíamos dejar de amarlo.
Todas las almas de Newark
La familia Soprano en esas seis temporadas (siete años), dibujó unos personajes lo suficientemente ricos y cercanos, como para que nos fuera imposible no reconocernos en ellos: Livia, la madre manipuladora y eterna insatisfecha incapaz de amar a nadie. Carmela, el ama de casa que opta por mirar para otro lado por no perder su estátus de seguridad. Meadow, la hija rebelde que odia todo lo que su padre hace, y que sin embargo acabará casada con ese mundo del que no puede escapar (ninguna de sus relaciones con chicos ajenos a la “familia”, llegan a buen puerto) o Anthony Junior, el hijo destinado a seguir los pasos de su padre y repetir por ello las crisis de ansiedad, pero que al ser sobreprotegido por su madre, acaba convertido en un inútil físico y emocional.
La lista de familiares es tan extensa (la hermana de Tony, Janice, el Tio Junior...) que se podrían escribir libros enteros analizando los personajes: Christopher Moltisanti (magnífico Michael Imperioli), el niño abandonado, recogido para suceder a Tony, y defenestrado cuando supone una potencial amenaza en su debilidad; o su novia Andrea con la que compartía destino, o cualquiera de los asiduos a Satriale’s o el Bada-Bing.
Y paralelamente a esa galería de monstruos tan queridos, los eventuales personajes de temporada que hacían avanzar la acción y planteaban el conflicto, Richie Aprile , “Pussy” Bonpensiero, Ralph Cifaretto, Jackie Junior, Tony Blundetto, John Sacramoni, Phil Leotardo...
“Los Soprano” tenían también una alta carga metalingüística, que partía de las imitaciones de Silvio de diversas escenas de “El Padrino" o de las citas cinéfilas de Christopher Montisanti y que acababan en el controvertido final que luego comentaremos.
Pero la riqueza de la serie, era sin duda la cantidad de problemas de la sociedad real de principios del siglo XXI, que se iban insertando en las tramas, en algo que es mucho más que una desmitificación de la Mafia, o una actualización de la misma. Está claro que “Los Soprano” bajaban de ese pedestal de “glamour” del cine de gángsters de Hollywood (que ya inició en parte Scorsese en sus obras), y nos presentaba la casposidad y cotidianidad del crimen organizado.
Eran tantos los puntos en contacto con las vidas que vivíamos, que a veces podíamos asustarnos de la cantidad de coincidencias entre nuestras familias y las de este peculiar grupo de personas:
Livia Soprano (Nancy Marchand) y su hijo Tony, revivían en la serie el drama de muchas familias, en las que la madre o el padre no han transmitido el amor y fuerza necesarias a los hijos, dejándolos emocionalmente desamparados y desequilibrados. Desequilibrio que volvía a aparecer en el momento en el que el hijo debía decidir si se hacía cargo de esa madre o padre, o si lo internaba en algún tipo de “residencia de reposo”; todo ello, con el consiguiente conflicto interno, motivado por el deseo inherente de complacer al progenitor para ser amado, y el rechazo al mismo, por el amor no recibido. Este conflicto, en “Los Soprano” degeneraba en el primer intento de asesinato de Tony, encargado por su tío y su madre, que exageraba lo que sucede en muchas familias y que no es otra cosa que el intento de exclusión emocional de aquel que no cumple aquello que se supone debe hacer respecto a sus progenitores. (Ese mismo conflicto salpicaba la relación de Tony, con su hermana Janice)
Una variante de esa relación, la vivía Tony de nuevo con su tío, un segundón más bien pusilánime en otro tiempo, dispuesto a no respetar la autoridad de su sobrino dentro del negocio, y que acabaría con una “supuesta” demencia, y con el segundo intento de asesinato de Tony. En este caso, el Tío Junior (Dominic Chianese) se convertía en una suerte de figura más fraterna que paterna, cimentada en la envidia y los celos del que no tiene el coraje para solucionar los problemas, pero no quiere que sea el otro el que se los solucione.
La crisis de la mujer de mediana edad, inteligente, convencional y católica, se desarrollaba a través del personaje de Carmela Soprano (Edie Falco), la mujer de Tony, con toda su crudeza. Pasaba de estar abducida por el glotón párroco local, a entrar en una crisis de negación de sus estátus de vida (y las causas de éste), el aburrimiento, la ensoñación del amor prohibido... para terminar en estado de cinismo egocéntrico, donde se negaba a preocuparse por algo que no fuera perder sus comodidades, y su entretenimiento vital como empresaria inmobiliaria. Tal es así, que los problemas de sus hijos, acababan siendo un asunto de segundo plano para ella, como quedaba demostrado en su charla con Anthony Junior (Robert Iller) en la secuencia final de la serie, donde le animaba con la misma poca convicción, con la que comentaba unos capítulos atrás a la dueña del restaurante “Vesubio”, lo bien que estaban todos y lo felices que eran.
La galería de personajes de ”Los Soprano”, era tan amplia como un abecedario de la naturaleza humana, y no quiero detenerme en cada uno de ellos, aunque bien lo merecería, pero no quiero dejar de lado a Paulie Gualtieri (Tony Sirico), el hombre de las sienes plateadas, el soltero miserable, que envidiaba a todo el mundo, que no era capaz de perdonar a su madre y que siempre estaba de forma rastrera sintiéndose ninguneado y rateando cada céntimo de dólar. Gualtieri era directamente el responsable en mi opinión de los eventos finales de la serie. Era un ser mezquino, que propiciaba la caída (y recaída) de Christopher Moltisanti, por pura envidia, para ocupar su puesto como sucesor. Sus continuas pequeñas traiciones durante toda la serie, culminaban la supuesta gran traición final.
Por último debo hablar de Jennifer Melfi (Lorraine Bracco), la psiquiatra de Tony. Ella era el personaje clave de la serie, en cuanto a que representa al propio espectador en la misma. Sus reacciones iban parejas a las del espectador. Comenzaba adoptando ante su paciente una actitud de total descreimiento y cautela, y acababa irremisiblemente siendo atraída hacia él y su mundo (incluso sexualmente), exculpándole y exculpándose a sí misma por empatizar. Incluso acababa aceptando la forma de actuar del paciente cuando se ofrecía a solucionar problemas personales que le iban sucediendo a lo largo de la serie. Se volvía ciega, como nos volvíamos nosotros, y sólo terminaba por reaccionar, cuando su propio terapeuta, el interpretado por el director de cine Peter Bogdanovich, ( que aquí ejercía de David Chase para con el espectador), le mostraba científicamente, como la terapia no había servido sino para refinar la manipulación psicológica a la que Tony Soprano sometía a su entorno (y al espectador). Los ojos de Melfi, eran por lo tanto los nuestros, que juzgábamos, empatizábamos y disculpábamos el horror.
Una Mafia de "andar por casa"
En seis temporadas, la serie tenía una clara evolución en cuanto a tramas también. De las más lineales (que no simplistas) de las primeras tres temporadas, a la elaboración y sofisticación de las últimas, y sobre todo en esa doble temporada final, donde cada plano tenía un sentido y era parte del puzzle de una pieza.
La visión de la Mafia que se daba, como vengo diciendo, estaba alejada de todo romanticismo. No hablábamos de asesinos malvados, ni de personas atrapadas en sus circunstancias familiares. Hablábamos de vividores, de sinvergüenzas, de estafadores, que al igual que el personaje de Ray Liotta, en “Uno de los nuestros” deseaban ser alguien y medrar, sin trabajar. A este respecto, resultaban terriblemente esclarecedores los personajes de Tony Blundetto (genial Steve Buscemi) en la quinta temporada, y de Vito Spatafore, el gángster homosexual de la sexta temporada. Ambos abandonaban su seguridad, por ese modo de vida sin el cual ya no podían vivir. El crimen engancha.
El personaje de Tony (y el aspecto físico de Gandolfini), eran claramente también parte de esa desafección por el “glamour” del Hampa. No había elegancia, ni clase en él. Torpe, violento, tosco... esgrimía su sentido del humor como herramienta también de manipulación, y nos era mostrado en una progresión de maldad que cada vez dificultaba más en nosotros su aceptación.
Durante la segunda mitad de la sexta temporada, la que podemos considerar como cierre de la serie y que llevó dos años, asistimos a la caída libre de Tony Soprano, cometiendo excesos verdaderamente dolorosos para el espectador, haciendo ya casi imposible la identificación y simpatía con el otrora “bonachón” capo, simpático chico malo. Observamos entonces en Tony, un giro hacia la violencia y la paranoia notables, lo cual ya presagiaba un final trágico para el protagonista y sus serie: El círculo legal se cerraba, y la muerte de Phil Leotardo, no podía quedar impune para la Mafia de Nueva York... De esta manera, nos plantábamos en la escena de cierre de la serie: los cuatro minutos más controvertidos de la televisión contemporánea y que tantos cabreos y ríos de tinta han echo correr.
Y un fundido en negro
La secuencia final de “Los Soprano” no era ni más ni menos que la muerte de su protagonista, contada de forma abierta, como un jeroglífico que necesitaba de referencias para su comprensión. Las referencias externas se limitaban a una, y las internas y múltiples eran de la propia serie.
Merece la pena pues, que veinticinco años después, analicemos ese final plano a plano:
La secuencia arranca con Tony entrando en el restaurante de New Jersey, decorado con referencias a la propia serie... (un tríptico con un dibujo de un tigre, un edificio que podría ser la residencia donde Tony internó a su madre y un jugador de fútbol, el probable destino de Tony si no hubiera seguido los pasos de su padre, etc...). Mientras espera a su familia, Tony decide poner como música de fondo el “Don’t stop believing’” de Journey (por cierto, canción que dos años después cerraría el piloto de la serie “Glee” convirtiéndose en la canción más descargada de la historia de iTunes en aquel momento).
Comienzan a entrar distintos personajes al restaurante, y comienza nuestra inquietud: Por un lado Tony seguramente va a ser procesado por la traición de Carlo, y debe estar ya bajo vigilancia en el bar por parte de agentes del FBI. Por otro lado matar al jefe de una de las cinco familias de Nueva York, hace esperar un castigo letal por parte de la propia mafia ¿Qué ocurrirá?
El número tres juega aquí un papel simbólico omnipresente. Tony ha sido ya objeto durante la serie de dos intentos frustrados de asesinato... el primero por parte de su propia familia (madre y tío) que contrataron a unos hombres de color, el segundo el disparo de su tío ¿demente? que le dejó en coma media sexta temporada... ¿habrá un tercero? Primer personaje que entra en el restaurante una chica a la que espera su novio, aparentemente poco sospechosa... planos generales del bar, y plano donde se ven a unos “boy scouts”, que ya habían aparecido antes en la serie, ¿Haciendo que? Pues encontrando un cadáver.
Segundo personaje que aparece precediendo al primer familiar: Entra el hombre de la gorra y a continuación su mujer Carmela. El hombre de la gorra, se sienta en una mesa (¿un agente del FBI?).
Tercer personaje que entra, “el hombre de la cazadora” (seguido del hijo de Tony, segundo familiar,) que se sienta en la barra y vigila a la familia insistentemente, y al que en muchos comentarios se le atribuye el disparo que acaba con Tony Soprano supuestamente por la espalda; sobre todo, porque se dedica a reproducir una referencia externa, la secuencia de “El Padrino” en el que Al Pacino, mataba en un restaurante de New Jersey a Virgil Sollozzo y su guardaespaldas, sacando su arma del retrete del restaurante mientras alguien comentaba que era la mejor ternera de la ciudad (aquí se dice eso de los aros de cebolla).
Comienza la secuencia del triple aparcamiento de la hija de Tony, Meadow (aparca a en el tercer intento su coche... y su padre es asesinado ¿en un tercer intento?).
Entran los cuartos personajes al bar, un grupo de hombres de color (recordemos que muy similares a los que suele contratar la Mafia para cargarse a sus propios miembros durante la serie, cuando no quieren aparecer incriminados). Estos hombres preceden la llegada de Meadow al restaurante, el tercer familiar que nunca llega a aparecer en plano en el restaurante.
Planos de la comunión. En los que Tony, su mujer e hijo (tres) comulgan con aros de cebolla, como si un rito sacramental se tratara, precediendo a la muerte o destino. Una suerte de “extrema unción”.
Ultimo plano de la serie, primer plano de Tony, en el que se oye ya la última campanilla de la puerta de entrada, con la que se supone q llega Meadow, siendo ella, lo último que Tony ve antes del fundido en negro.
Y el famoso fundido en negro final de 11 segundos, que en cine, suele asociarse a muerte, pero que ademas viene reforzado por otra referencia interna de la serie, cuando unos capítulos atrás, el cuñado de Tony, Bobby “Bacala”, le explicaba que en su muerte, cuando ocurriera, ni oirá, ni vería nada (solo el fundido en negro).
Pero si estamos reproduciendo el asesinato de Sollozzo en “EL Padrino”, ¿Cómo sabe la Mafia que ese iba a ser el restaurante?¿Quien traiciona a Tony? Bueno, Chase nos lo cuenta en uno de los últimos planos antes de esa escena final. Una única persona sola queda en Satriale´s, uno sólo perdura, el que continuará ahí para llevar los sobres a Nueva York a partir de ahora, la cabeza del ratón que sustituye al tigre muerto: Paulie Gualtieri. Un personaje que siempre se sirvió a sí mismo, y que ya había mostrado que sus lealtades estaban en Nueva York. El bastardo de la serie, por excelencia. El hombre que a la puerta de la carnicería toma el sol con su cartón de aluminio cutre, viviendo de los despojos de la que fue en su día la gran familia mafiosa de New Jersey.
David Chase, en un principio se negó a interpretar este final, que tanto cabreó a millones de espectadores como deleitó a otros cuantos. Aunque en posteriores entrevistas admitió que no podía dejar de castigar esa escalada del terror de Tony en las últimas temporadas (de despertarnos del sueño de empatía y manipulación al que los espectadores habíamos sido sometidos por su protagonista), aunque siempre descartó mostrar un plano con Tony reventado sobre un plato de aros de cebolla.
Chase arguía, que el final referenciaba a la serie completa para explicarlo, y que sólo había que ir uniendo las pistas, y que es lo que he intentado hacer yo aquí. Fuera como fuera, de esta forma se firmó el, para mí, mejor final de serie de Televisión hasta la fecha, y Tony Soprano, dejó a su familia... y a nosotros, huérfanos.
Que difícil ha sido desde entonces volver a hablar de la Mafia en cine o televisión, volver a hablar de la familia, de nuestras familias, después de la contundencia con la que sentó cátedra sobre ellas “Los Soprano”.
“Los Soprano” consta de seis temporadas y de 86 episodios, ya disponibles en HBO Max (9,99€/mes).
Y hasta aquí la Newsletter de hoy. Espero que os haya gustado. Nos escuchamos la semana que viene en formato podcast. Un fuerte abrazo a todxs
Fantástico artículo de esa maravilla de serie , la que significó un reconocimiento de la marca HBO en el mundo y sobre todo el tener a un grandísimo James Gandolfini a la cabeza de un magnífico reparto
Un gusto leer un artículo tan bien escrito sobre una de mis series favoritas.
Después de leerlo ¿cómo es posible que The Wire siga en lista de espera?