021| Camino a la perfección
"The Bear" alcanza el cenit de la narrativa televisiva, con una segunda temporada magistral y llena de matices
Bienvenidxs a la primera newsletter de “Over the Top” en su segunda temporada. Espero que hayáis tenido un buen verano y que hayáis descansado y cargado las pilas, porque tenemos un curso movido por delante plagado de huelgas, subidas de precio, y redadas en hogares por parte de la policía del “streaming”, dispuesta a que no compartáis la suscripción ni con el gato. Pero no desesperéis, porque nos aguardan grandes series que acabarán por convertir a este 2023 (si no lo es ya), en la mejor cosecha seriéfila de los últimos años.
Y como es propio ya de este casi final del verano y comienzo de curso, vuelven los podcasts. Esta semana pasada se publicó en “Fuera de Series: Gran Angular”, el regreso del podcast salmón de la industria de la televisión: “Fuera de Series: Over The Top”, donde C.J. Navas y un servidor, dimos cumplida cuenta de la actualidad de la industria audiovisual con especial atención a las últimas decisiones adoptadas por Netflix, Apple, Disney+ y a la llegada de la nueva apuesta de “streaming” de Movistar+. Esperamos que os guste. Podéis escucharlo AQUÍ.
Pero hoy voy a hablaros de “The Bear” (disponible en Disney+), una de las mejores series (para mí ya la mejor) de las que se han estrenado en este 2023. Su primera temporada ya estuvo entre lo más destacado del ejercicio anterior, y esta segunda temporada ha subido de forma tan sublime el nivel, que ha convertido a la serie en uno de los relatos más contundentes y mejor rodados sobre el mundo de la restauración, de toda la historia de la televisión.
Todo ello lo ha conseguido mediante una narración directa, dura y estresante (aunque nunca exenta de humor), que implica al espectador emocionalmente en cada uno de sus maravillosos diez episodios, y que merece una reflexión aquí sobre algunos de los temas que ha abarcado en esta segunda temporada.
En el filo de la navaja
“Arduo hallarás pasar sobre el agudo filo de la navaja. Y penoso es, dicen los sabios, el camino de la salvación.”
Katha Upanishad
La cita del escritor hindú Katha Upanishad, fue utilizada por Somerset Maugham como prefacio de su obra maestra “El filo de la navaja”, uno de los relatos más conocidos de viaje espiritual y auto-descubrimiento, adaptado múltiples veces a la gran pantalla y que de forma quizás un tanto “naif” representaba, algo que hemos visto también en multitud de obras: La historia de uno o varios personajes que tienen que encontrarse a sí mismos, y su propósito en la vida.
“The Bear” en sus dos primeras temporadas es como decía antes, prácticamente eso mismo; un relato de cómo una serie de personas tratan de encontrar su sitio en la vida, tras ver como su lugar de trabajo durante los últimos años acaba reseteándose, tras la muerte de su propietario.
Personajes en ese filo de la navaja, inseguros, torturados por una trayectoria vital repleta de fracasos y sinsabores, que les han hecho “pequeños” y les han impedido alcanzar todo su potencial (a veces laboral, a veces emocional). Atados a un negocio en ruinas o a una familia en demolición, de los cuales tendrán que desligarse para caer definitivamente o avanzar, mientras el restaurante donde llevan un tiempo trabajando, se transforma en algo completamente distinto (lo que exige una versión mejor de cada uno de ellos, acorde a ese nuevo status).
“The Original BERF BEEF of Chicagoland” es al principio de la serie, uno de esos bares grasientos de bocadillos hipercalóricos, queridos y recordados por todos los habitantes de una parte de la ciudad (aquí Chicago, pero seguro que todxs en vuestras ciudades guardáis alguno similar en vuestra memoria), tan ruinosos económicamente como su aspecto exterior indica; más cerca de ser incendiados para cobrar el seguro, que de remontar y convertirse en un negocio próspero; habitados por personas varadas o estancadas, que se han aferrado a una rutina para poder sobrevivir, abandonando para siempre la idea de "algo mejor”. Gente como digo, lastrada por el miedo, los errores, la desesperación o la falta de perspectivas. Perdedores con su condición plenamente asumida. Un establecimiento al borde siempre del cierre sanitario, en el que para tener un pico de ventas, hay que organizar torneos en una máquina de “Arcade”. Un sitio en el que al igual que en el mítico “Hotel Bertram” de Agatha Christie, nada cambia, porque ninguno de sus habitantes quieren que lo haga.
La historia de “The Bear” arrancaba cuando el hermano menor, Carmen “Carmy” Berzatto, uno de los Chefs más reputados del país, se hacía cargo del local familiar tras la muerte de su hermano Mike, que era el que regentaba el negocio familiar. El choque entre el “Método NOMA” (el archiconocido restaurante danés donde éste se había formado) y el “Método BEEF”, junto con la vuelta a un primer plano de los traumas emocionales familiares, generaba a partir de entonces tal cantidad de estrés en el protagonista, que incluso la tensión conseguía traspasar la pantalla en esos primeros episodios y adherirse de una forma sorprendente al corazón del espectador (como si le hubieran instalado en él, un marcapasos a ritmo de “zumba”).
El uso magistral del plano-secuencia en alguno de los episodios de esa primera temporada, trasladaba a la perfección, a aquellos que hasta ahora podíamos ser ajenos al negocio de la restauración, lo que es la realidad de una cocina profesional, lejos de las pesadillas prefabricadas de Chicote (a la vez que descartaba la serie como propuesta de ocio, para aquellos que no son ajenos a ésta).
El “Deus-Ex-Machina” que nos dejaba el final de la primera temporada, lejos de significar algo parecido a un “happy ending”, marcaba el pistoletazo de salida para el verdadero trabajo de evolución que tendrían que hacer (y han hecho durante esta segunda temporada) muchos de los personajes, si querían mantenerse a bordo del barco que estaba a punto de zarpar.
Receta de Spaghetti (para comer en familia)
¿Y qué es “The BEEF”? Pues es el negocio familiar de los Berzatto, una familia disfuncional con un padre ausente y de carácter complicado, que lo montó de la noche a la mañana siguiendo un impulso (fallecido a estas alturas de la historia) y una madre desequilibrada, que aparentemente está entregada a sus hijos y resto de familiares, pero que resulta profundamente egocéntrica, ya que nunca ve suficientemente recompensados sus mínimos esfuerzos hacia los demás. Una madre que tiene su extensión en su hijo mayor Mike, tan inestable y egocéntrico como ella, y en una hija, Nat “Sugar”Berzatto, que trata de ayudarla de la peor forma posible. Por último está nuestro protagonista, “Carmy”, el hijo menor que se siente atrapado e impotente ante semejante tormenta emocional, y ve la huída como única salida posible. Atenazado igualmente por el oso figurado de la primera escena de la serie; ese oso que representa aquello que de su familia hay en él (para bien y para mal).
Este cuadro familiar que ya se intuía en la primera temporada, es desplegado en todo su esplendor en el sexto episodio de esta segunda temporada, el episodio de la “Cena de Navidad de los Siete Peces”. Un extraordinario “tour de force” interpretativo de más de una hora de duración, repleto de estrellas invitadas que encarnan a los diferentes parientes y amigos de tan singular familia; una suerte de improvisación o de teatro filmado cargado de tensión y estupefacción, que en su magia nos retrotrae al “Vania en la Calle 42” del gran Louis Malle, en cuanto a que se difumina en un momento dado la línea entre actores y personajes, y uno se olvida completamente de que está viendo ficción. Esa magia ocurre, cuando lo que te cuentan tiene tal carga dramática, que termina por fundirse de forma inconsciente con situaciones similares vividas por el propio espectador (¿o acaso nadie ha estado nunca en una comida o cena familiar donde no hayan volado tenedores y cuchillos?). La grandeza del episodio, es ni más ni menos que conseguir que cada uno de los espectadores acabe sentado alrededor de esa mesa, y viva los hechos casi en primera persona, con la incomodidad y vergüenza que ello conlleva.
Pero las situaciones que se muestran, si permanecemos atentos, son fruto de las tensiones que generan sobre todo cuatro personajes de la familia (Madre, hijos mayores y el extraño tío Lee), que se rebelan los unos contra los otros por sentir que el de al lado está usurpando su papel en la familia: El tío Lee lo hace con la figura del padre ausente o cabeza de familia, que tendría que haber heredado Mike, y “Sugar” trata de cuidar de su madre con condescendencia, invirtiendo el rol madre-hija. Una madre que por cierto, consciente de sus limitaciones, tendrá más adelante uno de los momentos más tristes de la serie.
En resumen, una familia destruída, propietaria de un negocio en ruinas, como punto de partida.
El Camino de “Carmy”
Carmen “Carmy” Berzatto, el hijo menor (interpretado por Jeremy Allen White de forma sobresaliente), vuelve tras la muerte de su hermano para hacerse cargo del negocio familiar e intentar reflotarlo; para ello abandona su puesto en un restaurante de tres “Estrellas Michelín” en Nueva York, y se enfrenta a todo aquello que le rompió el corazón: Una familia destrozada, la chica que siempre le gustó y nunca creyó merecerse, y un concepto de restaurante completamente alejado de aquello que conoce, habitado por personas a la deriva que defienden su “modus operandi” con uñas y dientes.
Para él, salvar el restaurante es salvar a su familia, superar todo aquello que le hizo huir a Nueva York hace años, y ocupar su lugar dentro del negocio familiar (algo que su hermano Mike nunca le permitió ocupar); en definitiva, es para él una sanación de muchos de sus traumas. Y además un reto que le supondrá colocarse en una situación emocional límite que disfruta, como adicto al trabajo y al estrés que es.
La lección para “Carmy” en la primera temporada, pasaba por entender que iba a necesitar la ayuda de todos aquellos que le mostraban desde el inicio, su frontal oposición a los cambios. Tuvo que uno a uno, ir ganando adeptos a su causa; tuvo que llenarse de grasa y cerrar su libro de recetas del “NOMA”, y abrirse no sólo a una Sydney que desde un principio vio en él, su último tren a una improbable ya carrera como Chef, sino también al resto de miembros de la cocina, aterrorizados por los cambios y por el “no poder o saber” adaptarse a ellos.
A este respecto, resultaba enormemente revelador el final del primer episodio de la serie, en el que Carmy de forma muy gráfica rechazaba “el método” que regía en el bar de bocadillos (la herencia de su hermano en todos sus significados), y arrojaba a la basura una lata de tomate sin llegar a abrirla. Podríamos quizás incluso simplificar y definir la primera temporada para él, como el proceso que sufría durante sus primeras semanas en “The BEEF”, y que le llevaba finalmente a abrir una de esas latas de tomate, tras reconciliarse emocionalmente con su hermano fallecido.
Sin embargo en la segunda temporada, la herida a sanar ha sido mucho más compleja, ya que no se trata de algo que le hayan inflingido los demás, si no algo que se ha hecho él a sí mismo. El Chef respetado y admirado que a base de esfuerzo y sacrificio ha conseguido llegar a la cima, lo ha hecho a base de apartar de su vida otra serie de cosas, adquiriendo enormes carencias. El encuentro con Claire, la chica que le gustaba en el instituto, pasa por afrontar el hecho de que no cree que se merezca ser feliz (algo que le emparenta con su madre). No lo creía cuando nunca la expresó sus sentimientos muchos años atrás, y en su interior aún sigue sin creerlo (y es por eso que su número de teléfono no es el correcto).
La relación entre ambos está contada con un nivel de autenticidad y de acercamiento a su intimidad tal, que sonroja y emociona al espectador por igual (hay que remontarse a la maravillosa “Normal People” para encontrarse en televisión algo así). Por ello, resulta doblemente doloroso comprobar cuán frágil es la confianza de “Carmy" en su propia felicidad y en una vida normalizada, al primer conflicto entre vida personal y laboral que se presenta. Un dolor que podemos haber sentido algunos en ocasiones, atribuyendo a los demás un rechazo que no proviene sino de nosotros mismos.
“Carmy” cura parte de sus heridas familiares con la reinvención “salada” de aquellos “Canoli” en plano fijo que cerraban el sexto episodio, (origen de muchos de sus traumas), pero aún tendrá un largo recorrido que hacer hacia su propia felicidad.
El Camino de “Syd”
Sydney, el personaje de Ayo Edebiri, siempre ha sido la socia de “Carmy” en la cocina. Una Chef imaginativa y con iniciativa propia que llega a “The BEEF” tras unos cuantos fracasos y un trabajo de repartidora en UPS (claudicación de su sueño de ser Chef). Sydney se agarra a la misión de “Carmy” como tabla salvadora que para ella es, y acaba compartiendo su sueño, haciendo tándem profesional con él.
Su miedo recurrente a un nuevo fracaso profesional, se ve siempre reforzado por el miedo de su padre a que se vea definitivamente hundida por esta nueva aventura. Un miedo que siempre le acaba traicionando en los momentos decisivos y le hace mucho más vulnerable de lo que cabría prever.
Sydney es otra adicta al trabajo comprometida al 100% con el proyecto común, que se ve atenazada igualmente por el miedo a que su socio no alcance el mismo nivel de compromiso e implicación (como cuando tiene que educar su paladar en soledad por los diferentes locales de Chicago). Es ese/a compañero/a que “lo da todo” y al/la que siempre terminas decepcionando el día que tu nivel de compromiso queda mínimamente por debajo del suyo; esa persona que acaba formando un triángulo (no amoroso) en tu vida, junto con quien ocupe tu vida personal.
Pero si existe otro vértice de verdad en ese triángulo laboral, y que carga sobre sus hombros con la misión de poner “The Bear” en marcha, esa es Nathalie Berzatto (o “Sugar”) la hermana de “Carmy”. Escéptica desde un principio con la vuelta de éste y con sus intentos de levantar el negocio familiar en ruinas, se implica completamente en el nuevo proyecto, viéndose recompensada (no sólo con una exquisita tortilla), al encontrar su sitio dentro del negocio familiar y de la propia familia en sí, junto a su hermano. Descubriendo por fin algo que se le da bien (la gestión), al margen de su maternidad incipiente y de su pusilánime marido “infiltrado” (ese sufrido hombre del octavo pez, que siempre acaba pisando todos los marrones de la familia de su esposa).
“Sugar” es un personaje que sirve de apoyo, no sólo para “Carmy” sino también para Sydney, siendo la facilitadora que asume parte de las tareas de ambos, y actuando de nexo entre varios de los personajes de “The Bear”.
El Camino de “Richie”
Richie Jerimovich o “El Primo”, como todos le conocen (maravilloso Ebon Moss-Bachrach) es en un principio el mejor amigo de Mike (el hermano mayor de “Carmy”) y máximo garante del caos establecido en “The Beef”, donde se siente cómodo nadando en la mediocridad. La necesidad de demostrar continuamente su importancia, valor y conocimiento (es el primo, pero también “el cuñado”) resulta un obstáculo permanente para sacar adelante el proyecto.
Hasta el episodio 6 de la segunda temporada (el de la cena navideña) no descubrimos la razón de su inexistente autoestima y total hundimiento de su confianza: Una inestabilidad laboral que le obliga a aceptar la caridad de otros, un matrimonio en el que no cumple las expectativas de su pareja (ex-pareja cuando comienza la serie), y un segundo plano perpetuo, para alguien tremendamente sensible hacia y para con todos los demás.
La “mosca co**nera” de la historia, a la que acabas primero odiando, después comprendiendo y finalmente amando, pasa por un viaje de transformación durante treinta y pocos minutos de episodio y unas semanas de formación (el magistral séptimo de la segunda temporada) que comienza con el abrillantamiento de cientos de tenedores, y acaba con el entendimiento de lo que supone el “servicio” en un restaurante, y también el “servicio” hacia los demás (ese “hospitality” que retrotrae a hospital y cuidado, pero también a hospitalidad).
La recuperación del respeto hacia sí mismo y hacia los demás (engrandecido por esa maravillosa presencia final del episodio) se simboliza en su impoluto traje y en su rol central dentro de “The Bear”, cuidando de todo y de todos, como pieza fundamental tirando del carro hacia delante (tras mucho tiempo poniendo palos en las ruedas de ese mismo carro).
Simplemente maravilloso. “The Bear” en estado puro.
El Camino de Marcus
¿Puede un panadero con formación en un McDonalds, acabar siendo el especialista en postres de un futurible restaurante con “Estrella Michelín”? Lo que en otra serie podría poner a prueba la suspensión de nuestra incredulidad, en la serie se demuestra como una evolución natural. Marcus (Lionel Boyce) es desde un principio uno de los mejores aliados de “Carmy” en su proyecto de transformación, al atribuirle conocimiento sobre aquello que pretende hacer.
Su recompensa pasa por una total confianza del protagonista en él, y un viaje de formación (real) que le lleva de diseñar sus propios “donuts” y tartas, al restaurante que descubrió al principio de la serie a través de un libro (Marcus fue el primero en, fruto de su enorme curiosidad y ganas de aprender, abrir el libro de recetas de “NOMA” que “Carmy” llevó a “The Beef”).
En el no menos magnífico episodio cuarto de la segunda temporada, asistimos a ese periplo por las calles de Copenhague y a sus largas conversaciones con su formador, el Chef Luca, que destila uno de los ejes centrales de la serie: No existe la perfección en términos absolutos, sino una serie de perfeccionamientos continuados y constantes que mejoren tu vida y la de los que te rodeen (clientes, compañeros de trabajo o seres queridos). No hace falta ser el mejor, sino simplemente ser cada día una versión mejor de uno mismo. Y esa versión mejor de uno mismo, es el peaje que los antiguos empleados de “The Beef” deben de pagar para trabajar en “The Bear”.
La confirmación del cierre del círculo de aprendizaje de Marcus, se materializa en ese postre (“The Michael”) que aúna el agradecimiento hacia los dos Berzatto que le ayudaron en convertirse en aquel que siempre quiso ser.
El peaje pasa seguir en “The Bear” lo paga también una Tina (Liza Colón-Zayas) que tras verse amenazada en la cocina por la recién llegada Sydney, acaba asumiendo su rol, y aceptando el reto de formarse para acabar siendo ella misma la “Jeff” de la cocina donde siempre ha trabajado; y en cambio no lo paga “Ebra” (Edwin Lee Gibson) cuyo miedo al cambio le impide progresar, y es el único personaje de la serie que acaba haciendo lo mismo que hacía al principio (a este respecto, resulta curioso que a pesar de todo, nadie es dejado atrás en la familia de “The Bear”).
Incluso el estrambótico Fak acaba abrazando un nuevo rol dentro del orden que exige el nuevo restaurante, completando el viaje de toda la plantilla de “The Bear” y culminando esa búsqueda de mejor versión de sí mismos que vertebra la trayectoria de todos los personajes de la serie.
El Viaje a la perfección
¿Existe la perfección en las series de televisión? No en términos absolutos; pero si tomamos en cuenta lo que nos comparte el Chef Luca en “NOMA”, quizás podamos concluir que la perfección simplemente sea ofrecer con cada nueva temporada, una versión mejor de la historia que estás contando.
Chris Storer es el artífice del relato que abarca los hasta ahora dieciocho episodios de “The Bear”, y que marca las directrices de cada uno de los viajes, también a la perfección, de todos sus personajes y del local que les da cobijo.
Pero “The Bear” es mucho más, muchísimo más. Cinematográficamente hablando, pone de forma admirable el lenguaje al servicio de su historia, con coreografías entre fogones vertiginosas, movimientos de cámara imposibles o un ritmo desasosegante e intimidatorio (incluso invasivo para con sus actores), que logra la inclusión del espectador de lleno en la acción.
Y no hay mejor muestra de todo esto que digo, que el maravilloso plano-secuencia de doce minutos del final de la segunda temporada, dónde la cámara se mueve entre cocina y sala, serpenteando continuamente y mostrando de forma alternativa, tanto el “servicio” en planos medios y generales, como las emociones de los trabajadores del restaurante en primeros planos; alternando lo descriptivo con los sentimientos y terrores más íntimos de cada uno, en un ejercicio de introspección-extrospección, que lleva al espectador y al propio lenguaje de la cámara, a niveles altísimos.
Un plano-secuencia que arranca en primer plano con una Sydney relajada y optimista, que va pasando a cuadro medio según el resto de personajes empiezan a interactuar con ella, que desarrolla ese doble juego que acabamos de comentar, y que finaliza con otro primer plano de Sydney (cerrando otro círculo perfecto) cuando colapsa y obliga a parar el trabajo, dando por finalizados esos doce minutos de plano-secuencia. Sin duda, una genialidad cinematográfica digna del maestro Welles. Y no es la única vez que en “The Bear” podemos degustar el virtuosismo de su narración audiovisual, hay muchas otras.
Por si esto fuera poco, una banda sonora antológica plagada de canciones de grupos míticos como R.E.M. o Radiohead, ayudan a crear una atmósfera única e inolvidable donde la música, los sonidos de la cocina e incluso los aromas intuidos, nos transportan a un mundo que en el fondo es el nuestro, el de nuestras inseguridades y miedos, el de nuestra falta de fe en el merecimiento de una felicidad propia plena.
”The Bear” se convierte de esta manera, en la prueba fehaciente de nuestro amor por las series de televisión para quien así lo quiera ver.
Es también una historia que deja una huella indeleble en nosotros, muy difícil de borrar. Probablemente para siempre.
“The Bear” consta de 8 episodios en su primera temporada y de diez episodios en su segunda temporada, y está disponible en Disney+ por 8,99€/mes.
Y hasta aquí la newsletter de hoy. Espero que os haya gustado y que me dejéis vuestros comentarios en este mismo post o en nuestra Comunidad en Telegram. Un fuerte abrazo a todxs, y hasta la semana que viene, que nos escucharemos ya en formato podcast.
021| Camino a la perfección
Qué gran retorno. Aunque sigues vivo (de lo cual mucha gente se alegra, entre la que me encuentro) te diré como dicen de Gardel, después de muerto. Cada día escribes mejor.
No podría estar más de acuerdo con esta”review”. El episodio de la cena agobia de lo lindo, y al primo, en tan solo un episodio pasas de odiarlo a amarlo