016| Llega un jinete libre y salvaje
Taylor Sheridan se convierte en el “Mesías” televisivo de la América profunda
Bienvenidos/as/es por fin a la newsletter de “Over The Top” tras un mes completo de ausencia debido en primer lugar a las vacaciones, y posteriormente a un sinfín de catastróficas desdichas difíciles de enumerar. Lo importante es que ya estoy de vuelta para poder escribir y hablaros de series en vuestra newsletter favorita (o no) de la semana.
Una semana en la que me habéis tenido por partida triple en formato podcast: Primero el viernes pasado, en este mismo feed con el “Over the Show” dedicado a la serie del personaje del que voy a hablar hoy: 1883.
El domingo pasado como es habitual, con el episodio mensual de “Fuera de Series: Over the Top”, en el que junto a C.J. Navas comentamos toda la actualidad económica y empresarial de la industria audiovisual, con especial atención a los resultados de Netflix y a la huelga de guionistas en la que ya estamos inmersos de lleno.
¡Qué Dios nos pille confesados a todos y sobre todo a los productores! Un conflicto que tiene pinta de que va a enquistarse y que parará muchas producciones, acortará otras (como en 2008) y que podría verse incrementado por otra huelga de directores y actores en los próximos meses. Podéis seguir diariamente la evolución del mismo precisamente de la mano de C.J. Navas AQUÍ
Finalmente, también podéis escucharme en el “Bala Extra” que se ha publicado hoy mismo, en el que Pedro M. Sánchez y y un servidor, hemos hablado de las series vistas durante el último mes con especial atención a ese gigantesco WTF que es “Mrs. Davis” la última serie de Damon Lindelof.
Como veis, podcasts de todos los colores y sabores para que disfrutéis de las series. Mi idea es ir alternando newsletter y podcast cada viernes para intentar satisfacer tanto a los que preferís leer como a los que prefería escuchar, pero lo haré de forma flexible y sin reglas prefijadas para que esto no se convierta en una obligación. Dicho todo esto, empezamos.
Un hombre de todas las épocas
Si tuviera que elegir una palabra para describirme como seriéfilo, creo que sería la de un cazatesoros; siempre a la búsqueda entre el maremágnum de estrenos, de pistas que me conduzcan al entendimiento de la naturaleza humana, del tiempo en el que vivo, de historias que me toquen el alma o el corazón y que despierten mi empatía, mi amor, o mi entendimiento hacia otros seres humanos en las antípodas geográficas o ideológicas, de los territorios por los que transita mi vida. Y sí, además entretenerme y divertirme haciéndolo.
Mis muchas deficiencias emocionales, son fruto de haber sustituido desde muy joven las experiencias reales por las que se contaban a través de una pantalla; probablemente por ser estas más interesantes, trepidantes y con una mejor banda sonora que las mías propias. Así que estas alturas de la vida, y tras ya casi veinte años viendo series y más del doble viendo cine, uno no aspira más que a eso, a encontrar un tesoro entre tanta ficción que nos llega, a descubrir a alguien que te gire la cabeza con las dos manos, para mostrarte un nuevo punto de vista sobre el mundo, y que te obligue a recalcular la propia ruta de tus ideas o convicciones. Este año, lo he encontrado.
La llegada de SkyShowtime a España, nos ha permitido aparte de poder volver a disfrutar del “streaming” a precio de derribo (algo que nunca más volveremos a ver) descubrir la pieza de la ficción estadounidense que faltaba estos últimos años en España, la de esa América profunda que se sienta frente al televisor y se vuelve a sentir reconfortada por las historias de “antes”, las de algunos de nuestros héroes de la infancia; una América que no entiende nada de cultura “woke”, que se siente desplazada, y a la cual la industria del espectáculo parece (al menos en sus productos más “mainstream”) haberles dado la espalda. La America que ama a Trump y disfruta con las viejas historias de vaqueros.
Esa otra América necesitaba a alguien que pudiera volverles a contar historias, que empatizara con ellos y que al menos en parte, compartiera su visión sobre un mundo moderno que trata de engullirlos a golpe de cancelación.
¿Quién se ha responsabilizado de esa tarea? Pues un hombre “de los de antes”, un auténtico vaquero propietario de un par de ranchos en las afueras de Dallas (uno de ellos el mítico “6666”); un hombre que trabaja cada día a lomos de un caballo, y que cuando termina su jornada, cuelga su silla y se permite sacar una pluma bendecida por la misma capacidad con la que son bendecidos los mejores neurocirujanos; una capacidad para diseccionar y plasmar sobre papel a aquellos mismos que se sientan delante del televisor para disfrutar asombrados de sus historias. Un vaquero que pudiera parecer salido de una película de John Ford, pero con nombre de personaje de “Western” de Howard Hawks: Taylor Sheridan.
La Pluma y la Espuela
Taylor, creció en un rancho de Texas a más de 200 km al norte de Austin, y acabó yéndose a Los Ángeles tras ser descubierto por un cazatalentos, para ejercer como modelo publicitario y finalmente intentar convertirse en actor. En la década de los 2000 empezó a ganarse la vida gracias a algunos papeles secundarios en series como “Verónica Mars” o “Sons Of Anarchy”, pero acabó convenciéndose de que nunca llegaría a tener una carrera lo suficientemente consistente en la interpretación. Fue entonces, hace ya diez años, cuando se propuso dar un giro a su incursión en la industria del cine y empezó a escribir guiones. Su primer trabajo fue escribir en diez horas el primer episodio de una serie a la que llamó “Mayor of Kingstown” y que guardó (por el momento) en un cajón. Lo siguiente fue desarrollar dos guiones para el cine: Sicario (2015) para Dennis Villeneuve y “Comanchería” (2016). Con este segundo guión, saltó a la fama tras una nominación al Oscar. Su talento para escribir y construir personajes sólidos y creíbles, empezó a no pasar desapercibido para nadie tanto en cine, como en televisión.
En 2017 y habiendo hecho su debut como director con “Wind River” (película que también escribió y que obtuvo buenas críticas) empezó a patearse los diferentes estudios de televisión con el guión de un western moderno en formato serie bajo el brazo (guión que llevaba escribiendo desde 2013). En HBO no se pusieron de acuerdo con el presupuesto de la serie, y Sheridan acabó con el proyecto en Paramount, apostando por un género que la mayor parte de la industria daba por muerto. Nacía “Yellowstone”, el mayor éxito de la televisión americana de la última década; un triunfo doblemente notable por emitirse en un canal de cable básico en plena era del streaming (15M de personas han llegado a seguir su serie).
Tras “Yellowstone”, llegaría la adaptación de su viejo guión de “Mayor of Kingstown”, las precuelas de “Yellowstone” (para enmendar el error de Paramount de licenciar a “Peacock” la serie original), “Tulsa King” y hasta más de una decena de proyectos en los que ahora mismo está involucrado para la propia Paramount. Nada mal para un hombre de otra época con su propia productora (“101 Studios”) que sigue firmando sus contratos con un apretón de manos, que alquila sus propios caballos para el rodaje las series que desarrolla, y que no duda en ponerse delante de las cámaras para interpretar a todo tipo de vaqueros en papeles secundarios en esas misma series. Un hombre que ama la tierra que pisa, y que solo odia dos cosas: Que alguien le diga como hacer su trabajo y que le pregunten por su vida personal, porque… “lo que tengo que contar, ya lo hago a través de mis personajes”.
El jinete eléctrico
Con una audiencia básicamente conservadora, la ideología de Sheridan no está a día de hoy del todo clara, ya que en sus series se alternan personajes profundamente machistas y reaccionarios a la “vieja usanza” vaquera, con retratos de mujeres con una fuerte componente feminista. Y no sólo eso, sus frases incluyen a menudo alegatos ecologistas (cuando no anticapitalistas) que reivindican la figura de los nativos americanos y la defensa de la tierra en comunión con la naturaleza (no en vano, pasó varios años viviendo en una reserva india y conociendo su forma de vida). ¿Estamos con Sheridan ante otro caso similar al de su adorado Clint Eastwood (un republicano convencido, que ha utilizado su cine de las tres últimas décadas, para poner en duda su propias convicciones morales sobre la pena de muerte, la eutanasia o la inmigración y exorcizar sus propios demonios internos)? Tal vez simplemente, las contradicciones en el discurso de Sheridan sean cuestión de extremos ideológicos que acaban siendo tangentes en múltiples puntos; quizás estemos ante el caso de un pintor que utiliza una paleta con un sinfín de grises inclasificables, tan complejo como sólo algunos seres humanos lo pueden ser.
Y en sus declaraciones políticas, más de lo mismo: Defensa del “In-peachment” a Donald Trump (en declaraciones acalladas por Paramount y posteriormente negadas por él mismo), o por contra, puesta en tela de juicio del concepto clásico de “privilegio blanco”. Y eso sí, siempre una rotunda negativa a que sus series sean consideradas “republicanas”.
“¿Yellowstone republicana, en serio?" La serie habla sobre el desplazamiento de los nativos americanos y la forma en que se trataba a las mujeres nativas americanas y sobre la codicia corporativa y la gentrificación de Occidente, y el acaparamiento de tierras. ¿Es eso propio de una serie de “estado rojo” (estado con voto mayoritario republicano)?”
Mientras la crítica más progresista atiza a sus ficciones sin piedad (mucho más valoradas por los usuarios que por los críticos en todas las webs que promedian valoraciones), los periodistas siguen debatiendo de forma interminable (sin llegar a conclusiones claras), sobre la obra de un hombre que es seguida mayoritariamente con pasión desbordada por el “trumpismo” más recalcitrante, y que sin embargo alberga mensajes que coinciden plenamente con el activismo de izquierdas más radical.
¿Pero de qué hablan la series de Taylor Sheridan?
“Sheridan-Verso”. Parte I: ¡Esta tierra es mía!
“¡En América no compartimos las tierras!“. Con esta frase y unos cuantos tiros al aire, despachaba John Dutton (Kevin Costner) a unos turistas asiáticos que se habían colado en su rancho, el “Yellowstone”, para hacerse fotos. Un ejemplo muy revelador sobre el discurso en defensa de la propiedad privada que ejerce la serie insignia de Paramount y Sheridan, y que se combina con la apuesta por una forma de vida destinada sólo a perdurar (y no sabemos por cuanto tiempo) en los valles de Montana. Una forma de vida que trata de explotar los recursos de tierra y animales (ganadería extensiva, que no intensiva, como diría mi amigo Pedro M. Sánchez) en comunión con la naturaleza y las tradiciones ancestrales; siempre bajo la amenaza del capitalismo más voraz y pernicioso (“Ahora tú eres el indio”, le espetaba en un episodio a John Dutton su nuera nativo-americana, recordándole que lo que sufren los Dutton frente a los especuladores, ya lo sufrieron los primeros habitantes de esos valles).
“Yellowstone” es un alegato además en favor de la familia y sus valores tradicionales, del individualismo social y la auto-defensa, y de las leyes y reglas morales moldeadas a base de balazos según las propias necesidades de cada uno. La justicia bajo el prisma personal, siempre auto-atribuyéndose la etiqueta de defensor del bien. Nada nuevo, si nos atenemos a algunos de los valores que impregnan a gran parte de la sociedad norteamericana, es decir, a sectores conservadores de la misma, y en concreto a aquellos que siendo conservadores, se alejan del neoliberalismo.
En “Yellowstone” no hay buenos (solo hay malos y peores) siendo la serie donde Sheridan aprovecha más toda su paleta de grises, para mostrar los diferentes tipos de miseria y avaricia humanos, logrando la total empatía del espectador incluso más alejado de las ideas mostradas en pantalla, y ganando el fervor de aquellos que las comparten (y que acaban venerando la serie).
“Sheridan-Verso”. Parte II: El Viaje de Elsa Dutton
"1883” es con toda seguridad la serie más sorprendente de Taylor Sheridan, en cuanto a que es la que desarrolla un discurso ecologista más radical (mostrando al hombre blanco como invasor de un ecosistema donde no es bienvenido, y enseñando al mismo tiempo el precio que tiene que pagar por ello); también por ponerse claramente del lado de los que buscan un futuro mejor dejando atrás una mísera existencia (dando rostro a esa inmigración que parte del republicanismo tiende a invisibilizar); y sobre todo, por el hecho de que la narración se centre y adopte un punto de vista principalmente femenino (incluso por momentos feminista).
El Oeste de Sheridan no es un Oeste desmitificado como era el de la magistral “Deadwood”; y no lo es, porque es un relato que se corresponde con la ensoñación de su protagonista, una adolescente (Elsa Dutton) que despierta a la madurez (incluída la sexual) a lo largo del viaje a Oregón (metáfora de su viaje a la edad adulta), y que inicialmente descubre su libertad y se encuentra a sí misma en los maravillosos paisajes abiertos de la ruta. Eso sí, según transcurra el viaje, descubrirá del mismo modo el lado más amargo y cruel de esa aventura mágica, obligándola a adoptar una postura en el conflicto entre los hombres y la naturaleza, o entre el hombre blanco y el nativo que habita las tierras por las que pasan (nativos a los que Sheridan muestra viviendo en una mayor simbiosis con su entorno).
Todas las reflexiones de Elsa Dutton son lectura e interpretación del discurso del escritor (de hecho, la actriz Isabel May lo hace de una forma tan convincente que repite el mismo rol en la narración de “1923”), y algunas son demoledoras como las que tienen a la pérdida de un ser querido como objeto, o la referente a la obligación de ceñirse un vestido que oculte su cuerpo (para aliviar la falta de autoestima de aquellos que sean inducidos a poseerla por la fuerza o de aquellas que movidas por la envidia decidan criticarla).
Es una constante en su obra. Sheridan escribe siempre sobre mujeres fuertes que denotan cualidades muchas veces masculinas compitiendo en igualdad con sus oponentes en género. La Beth Dutton de “Yellowstone” (soberbia Kelly Reilly) es la que hereda el espíritu combativo de su padre, y probablemente el personaje más fuerte y mejor construido de toda la serie. Elsa Dutton, de forma diferente a la anterior, termina siendo dueña de su destino y convertida en una inspiración para toda la saga. Y en “1923”, la Cara Dutton de Helen Mirren, la Teonna de Aminah Nieves o la Alexandra de Julia Schlaepfer, toman el testigo como faros y soporte en un mundo de hombres, convirtiéndose en el motor del cambio de paradigma social.
“Sheridan-Verso. Parte III”: Ni Ley, ni Religión
“1923” la hasta ahora última serie estrenada por Taylor Sheridan, es una relectura cien años antes, de la historia y de muchos de los temas de “Yellowstone”, con la defensa de la tierra frente al ultracapitalismo de tierra quemada y la protección de la propiedad privada como puntos centrales de nuevo. Además, vuelven a aparecer las leyes forjadas por uno mismo a conveniencia, y especialmente, la resistencia a todo y a todos por preservar un legado para tus futuras generaciones; un legado que para aquel que se lo deja a su familia, se convierte en una cierta forma de inmortalidad. La familia y la tierra trascienden a la efímera existencia mortal de esta forma. A este respecto el Whitfield de Timothy Dalton, en un momento dado recuerda que no se trata de amasar dinero que nunca puedas gastar en toda tu vida, sino de que ese legado llegue a tu tataranieto y de que él tampoco puedo gastarlo durante toda la suya.
Además, la serie (en su primera temporada) aúna historias muy distintas como el periplo africano de uno de sus protagonistas, que retrotrae a los ídolos de Sheridan, Huston e Eastwood (“La Reina de África” y “Cazador blanco, corazón negro”), retomando la representación de la libertad personal en los horizontes abiertos que ya abordaba “1883”. Por otro lado, sorprende mucho la crítica lacerante que se hace al exterminio ideológico indígena, con especial protagonismo de las instituciones religiosas en cuyas escuelas de reeducación para nativos americanos, se torturaba e incluso mataba a los niños; algo que Sheridan narra con inusitada violencia y crueldad, en lo que termina siendo un potente discurso antireligioso.
El relato del desencanto por la ineficacia del sistema judicial se recrudece de la misma manera, y tiene su punto álgido en un diálogo recitado por Harrison Ford (Jake Dutoon) durante una cena familiar:
-¿Pero… y el bien y el mal?
-¡Eso no existe!. No podemos pensar así. Sólo tienes que pensar en lo que es bueno para este rancho. Para tí y tu familia; y ya está, y utilizar sus normas a tu favor.
El bien y el mal a medida, adaptado por uno mismo a las necesidades de uno mismo. América en estado puro.
“Sheridan-Verso”. Parte IV: El Buen Samaritano
“Mayor of Kingstown” es la serie más cruda y violenta de todo el Sheridan-verso (y para mí la mejor y más redonda). Aquí Sheridan de nuevo centra su discurso en varias líneas:
La primera es el entorno donde transcurre la historia, la otrora próspera Michigan, hoy abandonada a su suerte con una población drogadicta y sin futuro. Kingstown se muestra así, como una ciudad portuaria circundada por no menos de siete prisiones federales, que se prestan a todo tipo de chanchullos y afloramiento de bandas. Un sitio turbio y putrefacto como demuestran sus títulos de inicio de música desasosegante, y que van acompañados por unas imágenes que muestran a los protagonistas como si fueran parte de la última promoción de enviados al infierno por el mismísimo San Pedro. Un sitio del que sólo se puede escapar brevemente subiendo a las colinas circundantes (donde el móvil pierde la cobertura) y adentrándose brevemente en el bosque.
La segunda línea es la definida por el propio protagonista, atrapado en Kingstown como castigo autoinflingido, desdeñando la posibilidad de una nueva vida soñada entre fogones. Aquí Mike McLusky, se presenta como un hombre convencido a sí mismo de ser alguien que ayuda a los demás, que trata de limpiar un basurero como forma de redimirse, cuando en realidad (como le recuerda constantemente su propia madre) no es sino un “gángster a tiempo parcial”; o lo que es igual, un negociador, un chanchullero, un “conseguidor” amigo de delincuentes y policías, siempre equidistante de todos, tratando de sobrevivir cada día y ejerciendo con violencia física su ética particular de hacer el bien. De nuevo, la figura del héroe más allá del bien y del mal, con su particular sentido de la justicia.
Pero lo curioso sin duda, es la tercera línea discursiva de la serie. Dentro de ser ésta la serie más machista y que peor trata a los personajes femeninos (convertidos en meras comparsas o en muñecas rotas dispuestas a ser arregladas “at every ocassion”), la figura de la madre de los McLusky (genial Dianne Wiest) ejerce como ancla moral del espectador y vehículo del propio Sheridan, para dar algunas lecciones sobre historia americana que son una fuente sustancial del conocimiento y del punto de vista del propio “showrunner”. Las clases de historia a presidiarias, se convierten aquí en una defensa de los damnificados por el progreso político e industrial. Una muestra más de la habilidad de Sheridan para poner sus propias ideas en boca de sus personajes, y de paso, construirlos de forma encomiable en base a prestarles una parte de sí mismo.
“Sheridan-Verso”. Parte V: El hombre desubicado
“Tulsa King” no sólo es la serie de Sheridan más divertida, sino también la más fuera de su época, como no podía ser de otra manera al estar protagonizada por una estrella del cine de acción de los 80 en franca decadencia. Este aspecto aún ha sido reforzado sobremanera por tratarse de la historia de un hombre que ha estado en prisión los últimos veinticinco años, y que aterriza en el mundo “TikTok” absolutamente descontextualizado (como si hubiera despertado de un coma); otro de esos hombres “chapados a la antigua”, lleno de valores morales susceptibles de cancelación y dispuesto a hacer su propio camino en base a una propia lógica y reglas. ¿Qué puede haber más fuera de lugar que un mafioso italiano que parece salido de “Uno de los nuestros”, en el medio Oeste americano de 2023? ¿Qué puede haber más fuera de tono para los estándares morales actuales, que la violencia como lenguaje y forma de expresión?
Además, la serie ejerce como rotura del cristal que separa a la América de las series que todos conocemos, de esa otra América real y mucho más desconocida, la de Tulsa (Oklahoma); una de esas poblaciones que parece un polígono industrial destartalado, solamente habitada por gente que parece haberse caído allí desde un avión. Y los magníficos títulos de inicio de la serie redundan en esa idea, al mostrarnos una superposición de imágenes de Tulsa en “real color” sobre las típicas postales neoyorquinas (por todos conocidas) en idílicos tonos azulados.
La verdadera América, la olvidada, aflora en todos y cada uno de los fotogramas de la magnífica serie protagonizada por Sylvester Stallone. Un Stallone, que por momentos parece recoger muchas de las inquietudes de la fiel audiencia republicana y quizás del propio Sheridan; obligado a llevar su propia pequeña taza consigo, al negarse a beber su café en un eco-vaso “planet-friendly”; obligado a adaptarse a un mundo y a unas normas que no entiende ni quiere adoptar; teniéndose que rodear de otros deshechos sociales que como él, han visto a sus seres más cercanos darles la espalda por adoptar posturas equivocadas a ojos de esos otros.
“Tulsa King” es una comedia muy divertida a veces, pero en otras ocasiones es un retrato desolador de los apartados y repudiados por la dictadura de lo políticamente correcto. Unas personas y forma de entender la vida, con las que Taylor Sheridan se posiciona de forma vehemente.
La América ambigua, es la América de siempre
Con una carga ideológica cada vez mayor, las series de televisión y las películas se han convertido en los últimos años, en medios para la propaganda política y las ideas militantes de creadores y cadenas que tratan de ganar el discurso y la opinión de sus espectadores. Todo ello ha dado lugar a la inclusión en muchos casos forzada de la diversidad (racial, sexual…) y a que para alivio de muchos, se pueda etiquetar fácilmente las ficciones de progresistas o conservadoras por esa carga ideológica y cultural que promueven.
El caso de las series de Taylor Sheridan es sin embargo diferente. Con cada estreno de una de sus series, se reavivan en los medios americanos (tal y como apuntaba más arriba) las luchas dialécticas entre críticos y columnistas sobre el carácter ultraconservador o de izquierdas de sus mensajes, como si todos quisieran atribuir el éxito de sus ficciones (con una audiencia mayoritariamente republicana y “trumpista”) a las ideas que defienden. Y nadie se pone de acuerdo, y el debate sigue. ¿Son sus personajes femeninos en el fondo, machistas o feministas? ¿Son su denuncia del exterminio cultural indígena un alegato revisionista exacerbado, propio de un socialista, o en el retrato de la violencia en la venganza, un subrayado del brutalismo de las razas primitivas? La imposibilidad de adherir a su trabajo de manera firme una etiqueta, mantiene a muchos frustrados, y produce en la mayoría de ocasiones criticas negativas a sus producciones basadas en filias ideológicas.
Quizás la ambigüedad de la obra de Sheridan sea premeditada, quizás sea el simple reflejo de una sociedad americana dividida por matices, pero con unos principios fundacionales comunes que asemejan mucho más de lo que algunos quisieran a todas las partes. Al fin y al cabo, el individualismo, la defensa de lo propio, el peculiar sistema judicial o la fabricación a medida de leyes internas (e internacionales), no sólo están en presentes en las series de Taylor Sheridan, sino en el código genético de una nación que impuso su forma de entender el mundo a todo su territorio (y a parte del planeta) a golpe de genocidio y guerra civil.
Y Sheridan simplemente lo cuenta tal y como es, para nuestro disfrute.
Y hasta aquí la newsletter de esta semana, espero como siempre vuestros comentarios al artículo en la web y redes sociales. Nos escuchamos la semana que viene en formato podcast. Un fuerte abrazo a todos/as/es.
👏🏼👏🏼👏🏼 José Luis, te has vuelto mi “Taylor Sheridan” de las niusletters(no tenia mucha fé en este formato 😅)... emilio y pedro, sois unos pod-cracks, pero en tema de newslettes, dejad paso al maestro overthetop_es!
Taylor Sheridan es un equilibrista, un acróbata maravilloso amigo y enemigo a la vez de todos los militantes wokes y teapartisanos
Al sofá llego a entretenerme y Sheridan me entretiene y a ratos me hace pensar.
Major of KingsTown y 1883 son para mi sus mejores producciones. La primera cruda pero no por ello menos real y la segunda la versión XXL de cualquier western clásico.
Yellowstone es un Dallas actualizado y potenciado. Su fórmula es más adictiva que el Cristal que fabricaba Walter White.
Y The Tulsa King es un regalo a Stallone para que se ría de sí mismo.
1923 de momento es la menos buena de todas, por esa mezcla de 3 ingredientes que de momento no se integran.
Mención especial para sus musicas (ese The end en la prisión) y sus títulos de crédito (Tulsa King).
Los 3 euros de Sky Showtime son el dinero mejor gastado desde que inventaron el menú Whopper.
Taylor Sheridan es mi pastor, nada me falta.